¡Presidente Peña Nieto!
Consumado el modelo electoral aplicado en el Estado de México –con sus réplicas en Coahuila, Nayarit e Hidalgo–, una consigna se ha instalado en México: Enrique Peña Nieto, un mozalbete bien parecido que ha edificado su proyecto con multimillonarios recursos, será el próximo presidente de México.
Y no sólo eso: A juzgar por los aplastantes resultados en la entidad que gobernará hasta septiembre, que retornan a México a la era del “partido prácticamente único”, Peña Nieto prevé ser resguardado por cómodas mayorías en las dos cámaras del Congreso y, como ya es obvio, por un ejército de aduladores que ya medran y aspiran a medrar con el resurgimiento del ogro filantrópico.
Es muy fácil identificar a los zalameros: Son los que omiten que detrás de la imagen pulcra de Peña Nieto hay un modelo de operación electoral sustentado en un amplio catálogo de trampas que, por la complicidad de la autoridad electoral capturada –“castrada” es la palabra–, quedará fatalmente impune, en especial el despilfarro económico que actualiza la máxima de que todo lo que se puede comprar con dinero es barato.
El modelo que se implementó en el Estado de México fue coronado, en la jornada electoral de ayer domingo 3, por las encuestas de salida dadas a conocer por Televisión Azteca y Milenio Televisión, en clara violación a la ley que quedará también –faltaba más– impune.
Ese es el modelo que ya está en curso hacia el 2012 y que, desde ahora, siembra la certidumbre de que Peña Nieto es, ya, el presidente de México y las elecciones serán, como en el Estado de México, sólo un trámite para definir qué fuerza se impone en el segundo lugar y qué otra se va al sótano.
Pero la victoria de Peña Nieto este domingo no se edificó sólo por lo que en materia electoral hizo su gobierno y el PRI –que tiene en el país una amplia y sólida base electoral que no puede ser ignorada–, sino por lo que dejaron de hacer sus adversarios panistas y perredistas, en especial estos últimos y sobre todo el líder opositor Andrés Manuel López Obrador.
El cálculo estratégico de López Obrador para romper la alianza que pactaron los Chuchos y Marcelo Ebrard con Felipe Calderón era, si no hacer ganar a Alejandro Encinas –porque era obvio que se aplicaría el catálogo de trampas–, por lo menos colocarlo cerca de Avila, quien –ni hay que olvidarlo– fue siempre el prospecto aliancista si Peña Nieto se inclinaba por Alfredo del Mazo. Y como públicamente afirmó que el Estado de México era “un ensayo” para probar la fuerza del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) hacia el 2012, este plan de López Obrador es claramente un fracaso en esa entidad, pero también hacia la elección presidencial.
Morena tiene en el Estado de México 550 mil afiliados, según el coordinador nacional, Higinio Martínez, por cierto mexiquense, y las instrucciones de López Obrador fueron que cada uno de ellos conseguiría otros cinco votos, para lograr 3 millones de éstos para Encinas. Fue una quimera: Conforme a resultados preliminares, con 99% de las casillas computadas, Encinas alcanzó poco más de 970 mil votos (equivalentes a 22% del total), una cifra ínfima respecto de lo prometido por el movimiento de López Obrador, cuyo “ensayo” le debe dejar muchas lecciones, por lo menos calibrar la auténtica fuerza que tiene.
De hecho, si es cierto que Morena cuenta con 550 mil electores y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) tiene 329 mil 894 afiliados, ambos en el Estado de México, entonces suman 880 mil posibles votantes, apenas 100 mil menos de los que obtuvo Encinas, sin duda el mejor candidato de los tres.
Cierto, en un año pueden pasar muchas cosas –irnos degradando más como sociedad, generalizándose el cinismo, la desvergüenza y la mendacidad o asumir con gallardía ser ciudadanos libres y contagiar el espíritu de cambio real, porque esto no lo logran sólo los partidos–, y lo que hoy es consigna, Peña Nieto presidente, no se transforme en fatalidad…